La Ocaña, 40 años después

18 de septiembre de 2023 por
La Ocaña, 40 años después
Fundación 26 de Diciembre

«Todos somos muchas cosas. Yo me travisto en las Ramblas. Empalmo con viejos personajes perdidos. Yo estoy allá. La gente me conoce. Me sigue. Canto. Pero yo soy más que esto. Soy Otro.»

José Pérez Ocaña.

 

Hoy hace 40 años que despedimos a la beata, la Ocaña, artista plástico y performativo que marcó el underground político y cultural durante los años de la Transición. Anarquista, homosexual, travesti y combativo. Irreverente tanto en sus declaraciones a medios de comunicación como en sus espectáculos, en bares y locales de teatro alternativo, o por las calles.

Era frecuente ver a la Ocaña, travestida de señora aristocrática o de vieja jorobada, por las Ramblas de Barcelona, paseando con las amigas, Camilo y Nazario, escandalizando a los turistas y enseñando las vergüenzas mientras cantaba, o convirtiendo su pintura en un happening descargándose sobre enormes lienzos en plena calle. Era una España en tránsito, un país que estaba, todavía, dominado por el miedo a la violencia franquista y alienado por casi 40 años de imposición nacionalcatólica.

Y, ¿por qué es hoy relevante rememorar a la Ocaña?

Siempre lo es, en primer lugar, por un acto de justicia, de memoria y reparación. Tanto sus obras como su legado estético intelectual no fueron, en su momento, considerados como valiosos, como dignos de ser incluidos en la Historia Contemporánea del Arte español, y sus piezas fueron olvidadas en trasteros. Dada la condición efímera de sus materiales, era de por sí difícil la conservación de, por ejemplo, las esculturas de papel maché o las obras pictóricas sobre telas. Gracias a las grabaciones de sus performances, el documental de Ventura Pons y las fotografías de sus exposiciones, hemos podido conocer en parte su obra. Hoy en día ya es posible encontrar, en distintos archivos y museos, referencias a su obra y a la huella que dejó en la España de la Transición su persona pública.

En segundo lugar, echar la vista atrás y recuperar el espíritu ocañí, es importante para recordar otras cosas que, a veces, también parecen haberse olvidado en el trastero de nuestra memoria colectiva. Si algo nos sigue enseñando la Ocaña es que nada hay más valioso que la libertad de ser quienes somos, y que nada nos puede enseñar más sobre nosotros y nosotras, y sobre el mundo en el que vivimos, que expresar libremente nuestras ideas. José Pérez Ocaña fue un símbolo cargado de aquella España que caminaba sobre muchas fronteras. Por supuesto, entre los años que transitaron de la dictadura a la democracia, pero también supo la beata caminar en equilibrio entre otros ejes, y encarnar las tensiones de lo rural y lo urbano, el centro y la periferia, lo masculino y lo femenino, o el arte popular y tradicional y las expresiones más vanguardistas.

La obra y la persona de la Ocaña, al final, son una misma cosa. Y su relato biográfico, atrapado en los convulsos años del tránsito democrático, con todas sus luces y, también, con sus ceñidas sombras, nos marca el camino de la crítica popular, sabiamente inconformista. Los deseos de la Ocaña desbordaban todas las formas y las normas sociales, y todos los límites, incluso de aquellos que presumían de no tenerlos. Sus teatrillos, sus saetas cantadas a la virgen de papel maché, a pleno pulmón, travestida de manola, elegante como ninguna con su mantilla y su clavel, nos recordaba que había una voz que emergía de lo más profundo y salía fuera para apropiarse de todo. Una voz que se apropiaba de lo simbólico y lo artístico, de lo religioso y lo pagano, de la política y las calles, porque todo era suyo, porque esa voz era la voz del pueblo.

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